miércoles, 24 de diciembre de 2014

Estamos en un bar, en José C. Paz, frente a la plaza. La gente sale en víspera de navidad a festejar, a tomar hasta que la razón se apague y que los instintos fluyan hasta terminar en un escenario cantando algo en formato kararoke. Todos necesitamos eso (menos lo del karaoke), me incluyo.
La gente canta, toma cerveza y habla; mi papá y yo también:
—Vos sabés que el otro día me crucé con Laura, ¿te conté de laura?
—Sí, pero siempre me contás algo nuevo, ¿qué pasó?
—Estábamos con mi mujer y mis hijas, en un shopping. Fuimos a Starbucks y no sé cómo pero sentí que alguien me miraba. Giré la cabeza y ahí estaba: igual que siempre, hermosa, me tiró una sonrisa que me hizo algo acá en la panza… viste, las famosas "mariposas".
—Es decir que te sigue gustando -le serví más cerveza.
—Como el primer día en que hicimos el amor. Pasan los años y yo te puedo asegurar que conocí al amor de mi vida, la única mina que me gustó de verdad fue ella. Amo a Claudia, es mi mujer y lo sabés. Incluso por mucho tiempo amé a tu mamá… pero a Laura le hice mierda la vida. Es como querer mucho a un animal porque sin querer cooperaste indirectamente para que le pasara algo malo.
—Já, se me complica con la comparación -traté de entender la relación pero fue imposible, la gente seguía tomando y cantando.
—Mirá, cuando yo caí preso en los saqueos del año 89 estaba de novio con Laura. Ella vivía en Abascal y todas las tardes me iba en bicicleta a verla. Estudiaba para enfermera y era muy inteligente, muy viva. Me hacía reír y nadie me hacía reír. Cuando caí preso, ella me fue a llevar una carta. Ese día se cruzó con Claudia, que ya estaba embarazada de María, tu hermanastra. Se pelearon, discutieron. Me llegó toda la información. Afuera, el amor de mi vida y la madre de mi primera hija se estaban cagando a trompadas y yo ahí, preso de mi libertad por haber disparado por error con una escopeta y a causa de eso le volé el pulgar y el dedo índice a una señora del barrio…
—Quiero saber sobre eso -me sentí un nene de cuatro años al que le gustan las películas de cowboys y el viejo oeste.
—Algún día te lo voy a contar mejor -mi viejo hizo fondo blanco.
—Te interrumpí, perdón. Lo del disparo es fascinante. Seguí.
—Mientras ellas se peleaban yo le escribía una carta a tu mamá, así la conocí a tu vieja. Ella era amiga de un amigo, en el barrio nunca cruzábamos una palabra y nos terminamos enamorando por carta.
—Vos sabés y si no lo sabés quiero que lo sepas ya, yo siempre cuento esto sin vergüenza… el hecho de que conociste a mi mamá por carta. Porque lo encuentro extrañamente romántico. Me gustaría poder contárselo al mundo. Vos pasaste cosas, como todos. Pero cuando me las contás no paro de imaginarme que soy vos.
—Es que sos mi hijo, yo cuando hablo de estas cosas y te miro a los ojos agradezco que no te hayas metido en tantos quilombos como yo.
—No te creas, llevamos el quilombo en la sangre vos y yo. Pero las cosas cambian y los quilombos también. No me estás contando que pasó con Laura.
—Ah, sí. Perdón. Es que viste como es esto: el alcohol te afloja la lengua y… -mi papá llamó a la mesera.
—…y las emociones -llené los vasos con más cerveza.
—Sí. No volví a ver nunca más a Laura hasta ese día en Starbucks. En una jugada bastante riesgosa le pedí a Claudia que fuera a comprarme ropa interior a un local del segundo piso del shopping. Las mujeres aman hacer esas cosas si se las pedís con mucha onda e inocencia. Viste que son un poco madres. Cuando se fue, me acerqué a Laura. Me abrazó, yo también pero siempre con miedo de que nos vieran. "Estoy con mi marido" me dijo. Me metió su tarjeta en el bolsillo de la camisa. Volvió a sonreír. El cuerpo se me llenó de mariposas. Se le escapó una lagrima. No me salían las palabras. Lo único que pude decirle fue "Sos el amor de mi vida". Ella se volvió a reír, negó con la cabeza. Me apretó las manos.
—A veces uno dice un montón de cosas con solo apretarle las manos a la persona con la que habla. Es algo que me encanta hacer.
—Cuando recuperé el habla, me animé a preguntarle lo que en estos casi veintitrés años no me animé.
—¿Qué? -mi viejo agachó la cabeza como cada vez que me va a contar algo que le duele o lo inquieta.
—Si el día que se peleó con Claudia en la comisaria, me llevaba una carta contándome que estaba embarazada.
—¿Lo estaba? -me tomé la cerveza de mi vaso en dos segundos como si eso amortiguara la respuesta.
—Sí. Efectivamente. De mellizos.
—¿Es decir que además de tus hijos cinco hijos con otro matrimonio ahora tengo hermanos mellizos? -la sangre se me subió a la cara.
-No. Al ser estudiante de enfermería consiguió un contacto que le hizo un aborto.
—¿Me vas a dejar escribir sobre esto, no? siempre tuve la sensación de que estabas lleno de historias.
—Sí. Pero pagate la próxima cerveza -mi papá hizo volvió a llamar a la mesera.
—Te compro un cajón, no dejes de hablar -se acercó la mesera y pedí otra Corona mientras la gente cantaba, tomaba y se divertía.

4 comentarios:

  1. Buenisimo, hiciste que hasta yo me asombre cuando contó que estaba embarazada. Nunca dejes de escribir

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  2. Buenísimo, hasta yo me asombre cuando contó que estaba embarazada. Nunca dejes de escribir!

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  3. MUY bueno, un genio.
    Yo también quiero seguir leyendo las historias de tu viejo.

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  4. Y la tarjeta qué decía? Tenía un mail o número de contacto? Qué manía dejarme queriendo saber más... :)

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